Como
uno no suele viajar a Nueva York todos los días, voy a empezar restregando
humildemente este insólito hecho, sin muchos datos. De entre todo el sufrimiento sobre/post/shur/humano de viajar a EE.UU., destacaría un hecho incomodísimo que da el título a este primer post: la
logística de los viajes transoceánicos.
Nunca
había estado tanto tiempo en un avión y claro, la novatada se paga: me aburrí
profundamente a la ida. La causa del aburrimiento no fue por ausencia de
estímulos, sino por todo lo contrario: la abrumadora oferta de ocio (desde
cienes de pelis y capítulos de series a juegos y música) me impidió centrarme
en nada concreto. Escarmentado por el tedioso viaje de ida, en el que
básicamente me limité a comerme todos los aperitivos que nos daban l@s
azafat@s, mi intención era ver una o dos películas durante el vuelo de vuelta,
aunque fuera en unas condiciones de las que nuestro amigo y maestro Iván Bort consideraría una blasfemia. Por
ponernos en situación, este viene a ser el aspecto de la cabina en la zona
turista pelá.
Como
uno viene acostumbrado de la cutrefacción de Ryanair, se pueden imaginar la
emoción que supone disponer de una pantallita individual con un tremendo
catálogo fílmico repleto de estrenos más o menos recientes como Prisioneros (Prisioners, D. Villeneuve, 2013) y clásicacers como La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, R. Polanski, 1968) o Uno de los nuestros (Goodfellas, M. Scorsese, 1990). Además, lejos de
las vicisitudes almodovarianas, las
instrucciones de seguridad de vuelo fueron transmitidas mediante un video la
mar de majo, pero que de nuevo nos expone a lo digital cargándose grandes
momentos de la vida. En este caso, el siempre ameno espectáculo de l@s azafat@s
braceando con el chaleco inflable a cuestas.
No
nos vamos a engañar, la condiciones para ver seriamente una película son malas: cascos nivel Renfe, no subtítulos (ni siquiera
pista en Español Latino), distracciones propias de los viajes transoceánicos (niños
cansinos cuyos padres sudan, olores nauseabundos) y un elemento sorpresa, las
pantallas de otros pasajeros. Gran parte de la ida la pasé viendo simultáneamente
Prisioneros y capítulos de Glee (R. Murphy, B. Falchuk, I. Brennan,
Fox: 2009-). Al menos ahora entiendo como marca autoral la planificación loca de
American Horror Story (R. Murphy, B.
Falchuk, FX: 2011-). Vaya castaña la última temporada, by the way.
El
caso es que dudo que estas condiciones hagan justicia a una película como Trance (D. Boyle, 2013), que fue a la
postre la única película que vi en 16 horas acumuladas de vuelo. Y digo esto
porque, más allá de parecerme técnicamente un thriller televisivo decente, se trata indudablemente de una mind-game film.
[INCISO:
no vamos a hacer ningún tipo de spoiler
argumental, pueden estar tranquilos. POR CIERTO, si quieren evitar el más duro
e innecesario spoiler de sus vidas,
bajo ningún concepto, NUNCA, lean la contraportada de Ubik (P. K. Dick, 1969), al menos en ninguna de sus ediciones
españolas. De hecho, cuanto menos sepan sobre la novela mejor. Sólo una pista:
se ha relacionado a Michel Gondry con su adaptación. Pinta mel de Rohmer.]
Según
Thomas
Elsaesser, las mind-game films
son aquellos filmes cuyos trucos narrativos, giros en la trama y juegos con los
saberes de los personajes y del espectador, ponen en cuestión de alguna manera
el “contrato” entre la labor de interpretación del espectador y la
transparencia narrativa del filme. Se trata de una tendencia sólida en todo
tipo de cinematografías, especialmente en la última década, y que cuenta con thrillers como Memento (C. Nolan, 2000) o Perfect
Blue (S. Kon, Madhouse, 1997) como casos paradigmáticos. A estas tretas
narrativas en pos de la confusión podemos añadir la habitual planificación barroca
de Boyle (angulares varios, planos aberrantes, fragmentaciones intraplano),
aquí al servicio también del desorden mental de raíz amnésica de Simon (James
McAvoy).
Otra
característica atribuible a las mind-game
films es su metadiscursividad, precisamente por la denuncia de los
mecanismos de construcción de la representación cinematográfica. En este
sentido destacamos los continuos intentos de (re)encuadrar dentro del encuadre
y por introducir mise en abymes, con
un pertinente diálogo con las pinturas representadas. En especial, se ha
hablado mucho sobre el plano de Rosario Dawson as Standing Maja, which I missed porque la versión de la película había sido capada
para adaptarla a todos los públicos. Sin embargo, el guión hace aguas si se
pone uno a escurrir, especialmente en la construcción de personajes. Qué te han
hecho, Vincent Cassel, ¿qué clase de malo eres? ¿Y el momento coche on fire? C’mon!
En
nuestra opinión, Trance dista mucho
de ser un filme memorable. Más bien parece un encargo llevado a cabo sin mucha
brillantez, viviendo de réditos de Trainspotting
(D. Boyle, 1996) en la planificación y mezclando, sin mucho agitar no se vaya a
romper, rasgos de películas más complejas, cámaras de vigilancia, porteros
automáticos y mucho hardware de Apple. Pese a esto, que películas como Trance o la afín Mindscape (J. Carrión, 2013) aparezcan ahora parece indicar que
finalmente la tendencia de las mind-game
films está encontrando su versión más normativa dentro de la industria
cinematográfica a ambos lados del Atlántico. Eso sí, viendo la factura de estos
dos filmes, un inquietante pensamiento me aborda: en un futuro no muy lejano,
¿serán así las pelis de domingo en Antena 3?
Bibliografía
§
Elsaesser, Thomas. (2009) “The Ming-Game Film”
en Buckland, Warren. Puzzle Films.
Complex Storytelling in Contemporary Cinema. Singapore: Wiley Blackwell,
pp. 13-41
Buen artículo, m'has posat massa presió chee, yo que dubutaré con una critiquilla de naaa!!
ResponderEliminarMuy bueno!
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